Capítulo I: La Rueda como un Símbolo de la Cosmogonía Perenne (5)
LA RUEDA: EL SÍMBOLO DE LOS SÍMBOLOS (I)
Como ya señalamos al comienzo de este capítulo la rueda es
un símbolo abundantemente tratado en distintos lugares de la obra de
Federico, si bien es aquí, en El Simbolismo de la Rueda, donde
naturalmente lo considera con mayor amplitud. (1) No olvidemos que este símbolo forma
parte muy importante de su enseñanza, ya sea tomándolo en sí mismo, en
su estructura geométrica (centrada en su correspondencia con el ser
humano), o bien considerándolo como un modelo que ayuda también a
comprender el carácter cíclico de la Historia y, al mismo tiempo,
determinados acontecimientos ocurridos en ella que revelan la presencia de las
ideas metafísicas en el desarrollo de la misma y que nos hablan directamente
de lo supra-histórico, de lo que no está sujeto al tiempo y al espacio y
que en la rueda estaría simbolizado por el centro de la misma.
Sin duda, la rueda es un símbolo "recurrente" en toda la
obra de nuestro autor, lo que viene dado no sólo porque lo encontramos
sin excepción en todas las culturas y civilizaciones desde tiempo
inmemorial, sino también:
por las innumerables posibilidades que brinda, la diversidad
de campos que abarca, y la acción ordenadora que ejerce en el estudio y el
ordenamiento indispensable en cualquier investigación seria.
En efecto, las ideas-fuerza principales concernidas en el
símbolo de la rueda nos ofrecen los elementos doctrinales esenciales para
poder afrontar cualquier investigación sobre el amplio campo de la
Simbólica y la Filosofía Perenne, indistintamente de cual sea el punto de
vista o el tema
desde el que se aborde esa investigación, teniendo siempre
presente que la rueda no es sólo un símbolo del movimiento, es decir de la "rota mundi" cosmogónica, sino también un símbolo de lo inmutable, del "centro del mundo", y por consiguiente una puerta abierta
permanentemente hacia la
Metafísica y la posibilidad de su realización. Si la rueda
móvil simboliza el tiempo cíclico, recurrente, el punto central simbolizaría la
eternidad, un presente sin sucesión temporal alguna. Esta es con toda
seguridad la idea más importante contenida en este símbolo primordial, a
saber: que simboliza tanto lo manifestado como lo inmanifestado, tanto lo
inmanente como lo trascendente, y nuestro autor así nos lo va recordando de
tanto en tanto, de forma rítmica y "circular".
Lo manifestado se expresa a través del propio movimiento de
la rueda y de los radios que conectan la periferia móvil con el
centro, que es el único elemento de la misma que permanece inmutable en su
rotación, y este hecho, fácilmente comprobable pero siempre asombroso,
le otorga el pleno derecho de simbolizar lo inmanifestado, pues éste
también es inmutable con respecto a la mutabilidad o movimiento a que
está sujeta la manifestación entera. Por otro lado, el centro, o cubo de la
rueda, es el único elemento que no participa del movimiento, y sin
embargo es gracias a él que el propio movimiento, y en consecuencia la rueda
entera, existen. "Es el vacío del centro lo que hace útil a la rueda", leemos
en el Tao-te-King.
Esto ya nos señala de inmediato una jerarquía y una
dependencia de lo manifestado con respecto a lo inmanifestado, exactamente lo
mismo que sucede con la horizontal en relación a la vertical, o la
circunferencia con respecto al punto central: sin éste ella no existiría, pero
el punto central, ya esté o no representado, no necesita a la circunferencia.
El es su causa y su principio. Lo mismo sucede con la unidad aritmética con respecto al resto de lo números, todos los cuales emanan por adición o suma de ella misma. En Simbolismo y Arte, concretamente en la nota 4 del primer
capítulo, Federico cita al maestro hermético renacentista John Dee,
quien en su obra Mónada Jeroglífica afirma lo siguiente:
Es pues por la virtud del punto y de la mónada que las cosas
han empezado a ser desde el principio. Y todas las que son afectadas en
la periferia, por grandes que ellas sean, no pueden, de ninguna manera,
existir sin la ayuda del punto central.
Estamos ante una certeza incontestable: el centro es el
origen de todas las cosas. También es donde se concilian las oposiciones, es
decir donde la dualidad (y la multiplicidad a la que da lugar) deja de ser
tal y retorna a su origen. Se trata, dice nuestro autor, de una energía latente que existe en todas las cosas,
verdadero
factor de equilibrio, y proyección vertical del eje del cielo sobre el plano
horizontal de la tierra. Es el pilar invisible, o eje, a partir del cual han sido
creadas todas las cosas y al cual todas las cosas retornan. Lugar de paz; la lucha y
el desequilibrio han llegado a su fin. (2)
Estas últimas palabras nos llevan a considerar otra cuestión
importante asociada al centro: que de él surge también la idea de
equilibrio, que representa la acción de la Unidad metafísica en el seno mismo
de la manifestación. En efecto, ese equilibrio, imprescindible para que
haya un orden
o cosmos, se expresa por el centro de la rueda, que se
encuentra "equidistante" de cualquier punto de la misma, es decir que está en
el "medio", o sea en un "punto" de referencia vertical en torno al cual
todas las cosas se disponen en armonía.
Recordemos que el "Invariable Medio" al que aluden las tradiciones extremo-orientales resume perfectamente todo esto: él es el Centro inmutable donde se ejerce la "Actividad del Cielo". Y a esta idea se refieren también las tradiciones hindú y budista cuando se refieren al dharma, que es precisamente el reflejo de esa "acción del Cielo", o del Principio, en la manifestación y en cada uno de los seres que la integran. De la idea de equilibrio se desprende también la de justicia, indisolublemente ligada a su vez a la idea de virtud. Entre los antiguos egipcios ese equilibrio, ligado a la justicia, es el que marcaba la perfecta horizontalidad de los dos platillos de la balanza en la «pesada» de las almas post-mortem, tal y como era practicada delante de Osiris, en su representación como Juez de los Muertos. En este sentido nos dice Platón que: "la virtud consiste en un justo medio entre dos extremos", lo que nos hace recordar aquel lema de los antiguos masones: "en la vía de la virtud no hay caminos"; y no los hay porque el único camino es la propia virtud, pero entendida en su sentido más alto, que está incluido en su propia etimología: del sánscrito virya, "fuerza o energía espiritual". Esa energía espiritual, y su influencia, es la acción vivificante del Principio en el ser humano.
De la irradiación del punto central nace todo lo
manifestado, simbolizado por los radios y la circunferencia. Toda la potencia
del centro se transfiere a la periferia, a la circunferencia, por
intermedio de los radios rayos) que parten de él y abarcan la totalidad de la figura
de la rueda. En
lo geométrico el punto central es la única imagen que pueda
darse de la Unidad metafísica, que es el verdadero Centro que, como el
Ser universal, está en todas las cosas, a las que dirige desde el interior,
y simultáneamente las trasciende, pues no puede ser contenida por nada. Da la
vida al mundo
como un gesto gratuito, por un movimiento de su Gracia,
desde su insondable Misterio. (3) Señala a este respecto Federico:
En el centro de la rueda se halla un personaje que la
tradición hindú denomina Çakra-Varti ,
el servidor de la rueda, idéntico al mítico Tarani druídico, al «sabio perfecto» de los chinos, al Ometéotl
náhuatl (y otras parejas de deidades) que tendido e inmóvil da la vida,
representados siempre en la actitud impasible del principio, de donde
emana toda la manifestación y los cambios y retornos de las formas
existenciales. Por lo tanto su total y absoluto no-condicionamiento es para
nosotros el arquetipo por excelencia, y también el más alto grado
posible de lo que se entiende por libertad.
Mandala budista. Nepal
El punto y la circunferencia es el esquema geométrico más
simple y, tal vez por ello, el más sintético, y en consecuencia el que
mejor se presta a la didáctica iniciática; e incluso el que nos hace ver con
más claridad que ningún otro que el símbolo es verdaderamente
la huella visible de una realidad invisible. Es la
manifestación de una idea que así se expresa a nivel sensible y se hace apta para la
comprensión.
La misma sencillez geométrica del punto y la circunferencia,
que conjuntamente conforman la figura del círculo o rueda, propicia
que podamos entender con facilidad el hecho de que el símbolo es en
efecto el vehículo de las ideas y expresa una realidad que es
inherente al hombre y al cosmos entero, como nos recordaba nuestro autor
anteriormente, y que volvemos a encontrar en esta otra cita extraída nuevamente
del Programa Agartha (acápite "La Vía Simbólica"). Allí se dice que en la vida y el mundo todo tiende
a realizar el movimiento circular:
presente tanto en las expresiones naturales como en las
humanas. De hecho una recta, o sucesión de puntos, que progrede
indefinidamente, describe un movimiento circular que la curvatura del espacio haría
regresar a su punto de origen. En forma de círculos se expanden las
radiaciones de energía, y esos remolinos o espirales conforman las estructuras de
cielo y tierra, como bien puede observarse en lo sideral y en lo molecular. El
círculo, junto con sus símbolos asociados, es pues una de las imágenes básicas
del conocimiento simbólico y volveremos una y otra vez sobre el tema.
Ante esta evidencia irrebatible, no nos extraña en absoluto
que todos los pueblos de la tierra desde los tiempos más lejanos y
prehistóricos hayan tomado a la rueda como un modelo del cosmos en toda la
extensión de lo que esto significa, hasta tal punto que no exageramos en
absoluto si decimos que estamos ante lo que podemos denominar el "símbolo de
los símbolos". No hablamos gratuitamente, pues si nos fijamos bien
la rueda, o el círculo, se asocia con todos los símbolos fundamentales de
la Cosmogonía, muchos de los cuales están incluidos o aparecen en su propia
estructura como otras tantas posibilidades contenidas dentro de ella.
Tal es el caso de la ya mencionada cruz cuaternaria, o la cruz de seis radios,
u ocho o doce, o sea de símbolos que tienen una significación precisa
relacionada con la estructura y el proceso cosmogónico.
Naturalmente, el número de radios, o rayos, que se inscriban
dentro de la rueda le otorgarán a ésta otras tantas significaciones
simbólicas, todo ello relacionado con las propiedades de cada número y sus
correspondencias con las formas geométricas, que se refieren "a
realidades esenciales del
universo y del hombre". (4) Lo mismo diríamos de los círculos
concéntricos que giran en torno al punto central como representación de
los diferentes mundos o grados de la Manifestación tomada en su integridad.
Desde la periferia hacia el centro se establecen esas
jerarquías, siendo el centro mismo la máxima jerarquización, como símbolo en el
plano de la unidad original vertical, que produce por grados todas las
cosas, y a la cual necesariamente ellas retornan en forma sucesiva. Si una gota
de agua cae en un estanque, forma un campo de irradiación que llega
hasta sus propios límites. Desde el punto de vista de un ser situado en ese
límite, y por lo tanto un ser sucesivo, el retorno a su fuente original se
realizaría a través de la ruptura de los diversos círculos concéntricos, que se le
presentarían como imágenes de mundos o estados espacio-temporales diferentes,
como escalonados, los que impiden, asimismo su fusión con el centro.
O envuelven y ocultan esa gota original, esa semilla primigenia, que se
vislumbra como anterior en el tiempo.
La figura simbólica de un círculo (en nota: o su equivalente
cuadrangular) que contiene otros círculos internos, considerada desde el
punto de vista de su expansión (ad-extra), es la sucesión de escalones
intermedios que hacen posible la existencia de cualquier creación. Tomada desde el
punto de vista de la periferia, es el viaje jerarquizado (ad-intra), o la
escala sucesiva que se recorre al pretender la fusión con el centro primigenio.
Federico menciona en este punto explícitamente al gran metafísico neoplatónico cristiano Dionisio Areopagita, el cual hablaba de que en la medida que las líneas rectas están más próximas del centro la unión es más íntima, y por el contrario cuanto más alejadas están de él mayor es la separación.
En efecto, visto ese viaje desde la periferia hacia el centro, el radio representaría la ruptura de nivel necesaria para "escapar" de la rotación perenne de la rueda y encaminar nuestros pasos hacia el centro, el cual es un espacio sagrado, mítico, un "lugar" arquetípico de nuestra conciencia, siempre virgen, y por donde es posible comunicarnos con los estados superiores. Señalemos en este sentido que ese «lugar» central siempre virgen es el estado llamado en diferentes tradiciones de "infancia espiritual", o "docta ignorancia", en palabras de Nicolás de Cusa.
Pues bien, ya se trate de radios o círculos concéntricos, todos ellos constituyen determinados módulos y patrones que expresan la arquitectura sutil del mundo, su orden invisible, y por tanto del Pensamiento que lo hace posible, cuyo fruto es el mundo visible, concreto y sensible, aquel que en el
Árbol de la Vida cabalístico se corresponde con el plano de Asiyah. Se podría argüir que en realidad esos radios o círculos son indefinidos, pero la indefinitud nada podría simbolizar salvo la idea de lo indefinido, o sea lo que no está definido, correspondiéndose así con toda la extensión del conjunto de la manifestación universal, y entonces cada radio, que es un punto de la circunferencia, o cada círculo representaría a cada uno de los seres y mundos que integran dicha manifestación, por ejemplo a cada uno de nosotros.
Notas
(1) También este símbolo aparece extensamente tratado en Simbolismo y Arte, y de manera más específica en su primer capítulo, del que tomaremos ciertos fragmentos para ilustrar algunas de las ideas que intentaremos desarrollar en el presente acápite.
(2) Nuestro autor habla de los tres pilares que conforman el Árbol de la Vida cabalístico, al cual menciona extensamente en el capítulo V de El Simbolismo de la Rueda, entrelazando su simbolismo con el del Tarot, como ya se dijo. El eje vertical se corresponde con el "pilar del medio" mientras que el pilar de la derecha y el pilar de la izquierda estarían relacionados respectivamente con la energía centrífuga y centrípeta presentes en el plano horizontal.
(3) Si el centro simboliza el espíritu y la circunferencia el cuerpo, los radios que conectan ambos, y que generan todo el espacio o "campo" de la rueda, simbolizarían el alma, que por eso mismo tiene ese carácter intermediario que todas las tradiciones le atribuyen. Esto es válido para el macrocosmos y el microcosmos.
(4) Simbolismo y Arte, capítulo I. Recordemos que la geometría es el "cuerpo" del número, pues éste, en sí mismo, es irrepresentable. Nos referimos naturalmente al "número-idea" de que hablaban Pitágoras y Platón. Para los antiguos griegos los números estaban representados por puntos, como podemos apreciar en la Tetraktys.
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