Capítulo I: La Rueda como un Símbolo de la Cosmogonía Perenne (7)


LA RUEDA: EL SÍMBOLO DE LOS SÍMBOLOS (III)

Hemos mencionado el círculo y el cuadrado, o la esfera y el cubo como equivalentes, pero conviene tener presente que el primero es más perfecto que el segundo ya que todos sus puntos equidistan a igual distancia del centro, lo cual ha permitido hacer de él un símbolo del Espíritu, donde la diferencia entre el centro y la circunferencia ha desaparecido por completo, pues el Sí Mismo, absolutamente trascendente, se reconoce a Sí Mismo en todas las cosas. (1) Señala Federico a este respecto: 


Una antigua sentencia de la filosofía griega, expresada posteriormente por Nicolás de Cusa, y en general por todos los neoplatónicos y hermetistas, nos dice que: «Dios es un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna». Por lo mismo, los contrarios de periferia y centro se hacen intercambiables. Todo punto periférico es el centro de un sistema.


«Dios está en el mundo y el mundo está en Dios». «El rostro de los rostros está velado en todos los rostros». «Dios está en el círculo de sus bailarines y es al mismo tiempo el centro de la danza».


(…) Cualquier punto de la circunferencia, al transformarse en centro, todo lo abarca. Y cualquier punto de este círculo, o sistema, lleva en forma inherente, constitutiva, esa misma posibilidad. La unión de contrarios ha dado lugar a la simultaneidad de lo que ya no se diferencia: «Trascendencia e inmanencia coinciden en Dios, al que se lo conoce como el Uno invisible e indivisible y se lo reconoce en lo múltiple visible y divisible». Todo está en todo, y todo en uno. Es por Dios, que nos ha dado el nacimiento físico y espiritual, que a El mismo lo conocemos. La Unidad no puede conocerse sino por Sí misma, pues si hubiera algo fuera de ella, que pudiera comprenderla, dejaría entonces de ser la Unidad. (Capítulo VI de El Simbolismo de la Rueda).


Como podemos comprobar por estas citas, a través de la rueda también llegamos a concebir la «doctrina metafísica de la Unidad». En realidad, esta concepción, que supuestamente tendría que ser la última enseñanza de este símbolo según la errónea concepción «evolucionista» que está insertada en la psique del hombre actual como un dogma inamovible, es sin embargo la primera que el símbolo de la rueda nos revela cuando recibimos por primera vez la impronta de su potencia inmanente. Sin esa idea-fuerza inicial que se deposita en la conciencia no puede haber ningún proceso o trabajo interior que merezca verdaderamente ese nombre, como no puede existir la propia rueda sin la emanación de la energía que parte de su centro. Esa impronta o revelación constituye, digámoslo claramente, la transmisión de una influencia espiritual-intelectual, de la cual el símbolo actúa de soporte o intermediario,


y la persona que está en condiciones de comprender podrá oír las voces y el llamado de la Tradición y efectivizar su iniciación, es decir, comenzar el camino del conocimiento. (Ibid. Capítulo IV). 


Por eso precisamente es que se puede hablar de la Simbólica como una vía o camino iniciático. Oigamos a nuestro autor cuando habla de la necesidad de la instrucción iniciática y el gradual aprendizaje en la realización del conocimiento,


o sea del camino iniciático a través de la vía simbólica o mítica o poética. Porque éstas proporcionan, en efecto, un medio especialmente adecuado, un andamiaje que permite la encarnación, en relación con la apertura de la conciencia y que, por cierto, no sólo modifica nuestra mentalidad, sino nuestra vida. Pues si somos capaces de oír las voces reveladoras que se hallan en nuestro interior, mediante un trabajo paciente y delicado, un arte, llegaremos a la convicción de que esas voces corresponden a las enseñanzas que nos han sido dadas y que, por otra parte, son las que constituyen ese símbolo o mito que comenzamos a comprender y que se efectiviza o vivifica en forma ritual en el interior de la conciencia, que de esa manera adquiere categoría universal. (Ibid. Capítulo III).


La influencia espiritual es descrita también en el hinduismo como buddhi, el «rayo divino», que partiendo de su origen único, Âtmâ, pasa por el centro, o corazón, de todos los seres; por lo tanto, esa toma de conciencia es precisamente el «despertar» a la realidad de lo que eso significa, o sea que ese centro existe verdaderamente en nosotros, como dijimos anteriormente, y que en él está la «puerta estrecha» que nos conducirá a la identidad con el Sí Mismo, aunque esto al principio de nuestro camino se vea de forma todavía confusa e indeterminada por su misma virtualidad, de ahí precisamente que se hable de la iniciación como de un proceso gradual de "iluminación" (2) que irá abarcando y haciéndose efectivo en la totalidad de los estados del ser, exactamente igual que los radios (rayos) que parten del centro realizan la totalidad del espacio del círculo o de la esfera. (3) La influencia espiritual sería en el microcosmos lo que el Fiat Lux es con respecto al macrocosmos: el Principio que determinará el paso de las «tinieblas a la luz», o del «caos al orden». (4)


De aquí en más se va articulando un proceso que, transpuesto al plano de lo temporal, ha de verse necesariamente como sucesivo y gradual, y que comprende el conocimiento de siete, nueve, o más estadios, según las diferentes tradiciones, y que se simbolizan en forma de pirámide en el espacio, o bien, en el plano, con la espiral –o la doble espiral– o con un juego de círculos concéntricos (los unos dentro de los otros), que pueden sintetizarse en tres grandes círculos o niveles, correspondientes a los grados de aprendiz, compañero y maestro, y a los subgrados que hubiese entre uno y otro de estos estadios.


Y a continuación, en la nota 79, añade lo siguiente:


En la Tradición Hermética suelen tomarse a veces como diez a estos grados, siendo los siete primeros los de construcción del ser o templo interno, el octavo de pasaje, el noveno de conclusión de la Obra, y el décimo, el de coronación de la misma o virtual salida del cosmos o de la perspectiva espacio-temporal simplemente humana, que se ha ido modificando poco a poco a lo largo del proceso.


Porque, efectivamente, ese proceso es la vivencia de los misterios de la Cosmogonía, que son los misterios del Cielo y de la Tierra revelados en sus estructuras sutiles, y que el modelo simbólico de la rueda sintetiza y da a conocer por medio de su didáctica. También el Árbol de la Vida Sefirótico expresa esas estructuras y es igualmente un modelo del Cosmos. (5) De hecho, la Rueda y el Árbol de la Vida constituyen dos vehículos herméticos por antonomasia, y no es por casualidad que sea en ellos, y en sus relaciones con las distintas artes y ciencias tradicionales, donde nuestro autor sustente gran parte de su enseñanza de la Cosmogonía. 


Abordaremos con más amplitud el simbolismo del Árbol Sefirótico en el capítulo dedicado a El Tarot de los Cabalistas.  En efecto, a la Rueda y al Árbol de la Vida cabalístico se asocian las diferentes ciencias y artes cosmogónicas, sintetizadas en las siete Artes Liberales: Gramática, Lógica, Retórica, Aritmética, Geometría, Música y Astronomía (en la que hay que incluir la Astrología, pues ambas eran una sola en la antigüedad). La Alquimia es el aspecto operativo de la Tradición Hermética pues se refiere a las transmutaciones que ocurren en el interior del alma del adepto, de ahí que reciba también el nombre de Arte Magna o Arte Real, (6) pues en efecto no hay mayor obra de arte que «lo que pueda hacer cada cual consigo en el fondo de su corazón». (7)


Estas últimas palabras entrecomilladas pertenecen al capítulo III, llamado «Perspectivas desde el Arte», que constituye un estudio muy lúcido sobre la naturaleza del Arte considerándolo desde la perspectiva de la Tradición, por ser la que permite entender el papel que juega el hombre como intermediario entre la idea arquetípica y su cristalización final en el mundo y en él mismo. Nada que ver entonces con la concepción que del arte se tiene hoy en día, que es más bien la expresión de la individualidad, o «ego», del «artista», y un producto más del «marketing».(8)


Desde el punto de vista tradicional el arte es una actividad contemplativa y liberadora que puede llevar al hombre al Conocimiento a través del desarrollo de todas sus posibilidades latentes mediante la recreación de la Obra Cosmogónica, o siendo más precisos, mediante la «imitación» de la «acción» del Principio creando el mundo por la acción luminosa de su Verbo o Logos.


Pero hay que entender en qué consiste esa «imitación», y para ello nada mejor que reflexionar en esta frase de A. K. Coomaraswamy que nuestro autor muy oportunamente trae a colación: 


"Las obras están hechas con arte, no son arte". 


Es una frase sencilla en su formulación pero de una gran carga de profundidad. O sea, que el arte no está en la obra ejecutada, sino en quien la realiza, y que ella es el símbolo de la idea transmitida por el arte de su autor. Y si la obra, por ejemplo, es nada menos que el mundo, entonces no está en él el arte que hay que imitar sino que este reside en el Ser o Gran Arquitecto que lo concibió con Sabiduría y lo crea permanentemente mediante el instrumento de su Inteligencia, la que se revela a través de la Belleza y la Armonía del conjunto y de cada una de las partes que lo componen.


Rosetón de la catedral de Notre-Dame, París. Los rosetones de las catedrales góticas se llamaban rota, y estaban asociados con el fuego de rueda, como muy bien podemos comprobar por sus diseños.

Tras todo acto creativo hay un pensamiento que lo hace posible, o sea una estructura, un andamiaje de ideas que se articulan de acuerdo a un orden preexistente, arquetípico, el modelo eterno, que se actualiza en cada ser humano que «comprende» que Eso es él; dicha comprensión es la que se proyecta en la obra de arte que, cualquiera que fuese el material o substancia con que esté realizada (tal cual el alma humana modelada por el Espíritu), aparecerá así, en su medida, como un modelo a escala de la misma Armonía universal. Por eso mismo es imprescindible crear en nuestro interior, y con la ayuda del símbolo, un estado que nos lleve a realizar las posibilidades de la comprensión, 


necesarias para interpretar y vivenciar estos «secretos» del arte y el símbolo. Pues entre ellos y nosotros sólo se halla una muralla psicológica, que puede transponerse pese a una inmensa dificultad atribuible al olvido y más que nada a la inversión total de los valores actuales acerca del mundo y del mismo hombre, el que sin embargo, hoy como ayer, ha nacido para el conocimiento (p. 71-72).


En este sentido, es mediante las operaciones de la Alquimia, o del Arte Magna –o sea operando y encarnando los conocimientos y principios revelados por la doctrina y los modelos herméticos–, (9) que esa muralla psicológica llegará a superarse, y en consecuencia podremos llevar ese modelo arquetípico a nuestra cotidianidad, a nuestra vida, que se convertirá así, a su vez, en un vehículo que permitirá proyectarlo y recrearlo en nuestro entorno. Al encarnar estas ideas el hombre de conocimiento, el mago y teúrgo, cualquiera sea su «oficio», pasa a ser uno de esos puntos de la circunferencia que reflejan perfectamente el centro de la misma, y en este sentido se convierte a su vez en el centro para el «mundo» que él mismo genera por su actividad sagrada y redentora.


Reiteramos: lo realmente importante, lo decisivo, no es la forma simbólica en cuanto tal, sino lo que ella encierra en su interior, aunque en verdad esa forma ha de corresponderse exactamente con la idea que contiene y la configura, pues de lo contrario no habría posibilidad de que el símbolo fuese un soporte de conocimiento, ya que entonces nada podría revelar. El símbolo jamás es arbitrario.


Pero veamos a continuación qué nos dice nuestro autor sobre algunas ideas referidas al arte, como una «poética comprometida con el conocer del hombre», al que considera parte indispensable en este proceso de interrelación y expresión perenne, «donde la inteligencia universal que él mismo refleja, manifestándose como un arte de indefinidas posibilidades, le brinda la opción de ser todo lo que él conoce».


El hombre es el sujeto-objeto del verdadero arte, y a través de él se materializa la posibilidad de la obra creativa, reflejo de una obra más vasta, en la que

el hombre está incluido. El mago –que saca cosas de la substancia informe, y al realizarlas actualiza las posibilidades que ésta tiene en sí, al igual que las que porta él mismo interiormente–, ubicado en el centro de su círculo ritual, es el creador del espacio donde se dan todas sus posibilidades y las de su obra. Este es su cosmos, simbolizado por el círculo, que cumple también funciones limitativas, además de protectoras. Y su imagen vertical, ubicada espacialmente en el centro o eje de la figura, es la mediación entre cielo y tierra; es decir, la de un vehículo entre el mundo invisible de las ideas y la manifestación horizontal y material de las mismas, a través de una gestación o encarnación de las potencialidades del ser, en el plano intermediario, que han de reflejarse en el acto creativo.

Este hombre es el artista [en nota: «Nombre con el que también gustaban autodenominarse los alquimistas»], individuo de oficio y de conocimiento, que recrea el mundo a través de su actividad redentora, al vivificar las potencialidades que todo hombre lleva en sí mismo en forma latente, y toda substancia de manera inmanente. Se conecta así con el ritmo de todas las cosas, el ritmo universal [en nota: «La expresión ritmada o rima es propia de la poética, así como de la música y la danza»], y su obra constituye el pasaje entre lo increado y lo creado, como una síntesis que manifestara a la unidad, para inmediatamente plasmarla en la multiplicidad de las formas. Lo que equivale a asimilarlas análogamente a un doble movimiento de concentración-expansión, de expresión energética centrípeta-centrífuga, yin-yang, solve-coagula, siempre presente en todas las cosas, y que hace vibrar al artista como un diapasón armónico en su conexión vertical, que necesariamente debe irradiar en el plano horizontal.


Un inciso. Es difícil no ver en estas palabras de nuestro autor su propia actividad creando su obra, que naturalmente incluye la escrita y la oral, pero también todo cuanto él mismo, mediante su labor como vehiculador de la Enseñanza Tradicional, ha propiciado para generar un «espacio», un marco, en el que las personas interesadas en estas labores puedan tener una referencia doctrinal, un eje, para desarrollar sus propias potencialidades creativas en relación con el Arte y la Ciencia Sagradas. Continuemos con la cita:


Y esta conversión de energía estática en dinámica, que va de lo uno a lo múltiple, tiene su réplica instantánea en la acción inversa, la del reciclaje de lo múltiple a lo uno, ya que la obra de arte concebida y ejecutada se transforma a su vez en objeto estático, y es contemplada por otro hombre, que a partir de ella, como cosa creada, se remonta al acto creativo y a la revelación de la idea –o arquetipo– inspiradora, que originó todo el proceso. En esa labor transmisora, donde el ser humano como sujeto dinámico –en este caso el artista– recibe, emite y da lugar al objeto o símbolo revelador, que a su vez retransmite la energía originaria, convirtiéndose así en un soporte, en un vehículo apto para la comprensión, reside el misterio del arte. En suma, el misterio del hombre, o de toda la creación –ya que este proceso es válido para cualquier manifestación–, la que se expresa siempre en forma rotativa o cíclica.


Queremos recordar aquí la fecundación por la palabra, y la ya mencionada del Verbo o Logos como origen de la manifestación. Y también la de Purusha como principio activo y Prakriti como principio pasivo o substancial de la creación universal.


El artista, mago, chamán o demiurgo, es también el rey o emperador de un espacio donde él es el eje o centro. Y estando todo concatenado en la vida universal, habiendo siempre algo preexistente, y de manera análoga algo que ha de ser preexistente para otros –que abrirán los ojos después de nosotros–, cada gesto o actitud moverá energías indefinidas, algunas de ellas visibles o de un historicismo evidente, pero la mayor parte serán invisibles, ni siquiera conocidas en última instancia por aquellos mismos que participan en ellas.


La ley de correspondencia siempre actúa, como no podría dejar de ser, ya que se trata de una ley universal; y la voluntad de ser crea un nuevo espacio donde la obra creativa o el reino florecen, pues donde no había sino un amorfo, o un vacío, la substancia universal virgen para ser fecundada por la energía positiva, ahora se ha engendrado un mundo, que ya estaba contenido en esa substancia de un modo pasivo. Y así lo que era pasivo será ahora activo, y la energía activa, que funcionó como un detonador, se convertirá en un símbolo, u objeto estático creado, que llevará implícito en él mismo la energía activa original, sintetizada en forma pasiva o potencial, dispuesta a ser vivificada, para poder adquirir así una nueva configuración espacio-temporal, entre la bipolaridad del eje de una esfera, o el punto original y la circunferencia de un círculo, o el centro y la periferia móvil de una rueda.


Notas

1 Dentro de la simbólica hermética, y masónica, el círculo es sustituido a veces por el triángulo (la pirámide en las tres dimensiones), ya que ambos son equivalentes, pues no olvidemos que el nueve, símbolo de la circularidad, es múltiplo de tres. Por eso mismo el triángulo (que es el delta masónico) es también el símbolo del Espíritu, del Ser Universal, desplegado en la tri-unidad de los principios ontológicos, de los que emana el cuaternario, símbolo de la tierra y de todo cuanto hace referencia a lo terrestre. Tendríamos que referirnos también a la Tetraktys pitagórica, cuya forma, que es triangular, contiene sin embargo tanto al denario como al cuaternario, cuya figuración simbólica es el círculo conteniendo dentro de él a la cruz.

2 En la nota 43 del capítulo II de El Simbolismo de la Rueda, Federico aclara el sentido de la "iluminación iniciática", que a tantos equívocos se presta: «Es curioso destacar que muchas personas piensan que la iluminación es algo que se produce con coros sentimentales de violines y arpas o con una música grave y solemne, en un mundo cinematográfico, autocompasivo y pomposo. Otros creen que llega de casualidad o como algo fulminante. En ambas versiones debe notarse que esta ‘iluminación’ viene de fuera y alumbra al sujeto en cuestión. O sea, que hay un sujeto que ilumina y un objeto iluminado. Bien por el contrario, la iluminación se refiere a un estado de conciencia, en donde las cosas y nosotros somos una sola identidad, sin confusión de ninguna especie. Y donde una iluminación distinta abarca todos los objetos, que simultáneamente brillan a la nueva luz de un estado, que se acaba de descubrir, y que se traduce en ese conocimiento".


3 En la rueda cósmica los rayos, nombre que hace patente su vinculación con lo celeste, son los «emisarios que unen la tierra con el cielo. En el caso del círculo son los ‘radios’ los que vinculan el centro a la circunferencia». Ibid. Nota 30, cap. II.


4 René Guénon en Aperçus sur L’Initiation, concretamente en el capítulo titulado «De la enseñanza iniciática», no dice otra cosa muy diferente de cuanto aquí estamos diciendo

cuando manifiesta que el símbolo: «es el único medio de transmitir, en la medida en que se pueda, todo lo que de inexpresable tiene el dominio propio de la iniciación, o más bien, para hablar de modo más riguroso, de depositar las concepciones de este orden en germen en el intelecto del iniciado, que deberá seguidamente hacerlas pasar de la potencia al acto, de desarrollarlas y elaborarlas por su trabajo personal, porque nadie puede hacer otra cosa que prepararlo trazándole, gracias a fórmulas apropiadas, el plan que él deberá realizar en sí mismo para llegar a la posesión efectiva de la iniciación que ha recibido del exterior tan sólo de manera virtual».

Existe un esquema del Arbol Sefirótico en forma de rueda de ocho radios, que nuestro autor reproduce en el capítulo VI, junto a otros esquemas relacionados con el Árbol de la Vida.


6 El proceso alquímico encuentra una serie de correspondencias y analogías muy precisas con el simbolismo constructivo, que forma parte muy importante también de la Tradición Hermética, una de cuyas ramificaciones es la Masonería (de orígenes artesanales), también llamada «Arte Real». Ver en este sentido nuestro libro Masonería. Símbolos y Ritos, donde hablamos abundantemente de esas relaciones entre el simbolismo constructivo y la Alquimia.


7 Añadiremos, recordando lo que nuestro autor dice al respecto en el capítulo VI, que la rueda está asociada también con el fuego, y así se habla en numerosas tradiciones de «ruedas de fuego», o del fuego que está en medio de la rueda, y da a ésta movimiento y vida. «El carro del sol» es una forma simbólica de explicar el transcurso del astro rey por el universo, alumbrándolo con su fuego, fuente de su luz y calor. Ese «carro solar» atraviesa toda la eclíptica pasando por los doce signos del zodíaco «o rueda de la vida». Y en relación con la nota anterior es interesante detenerse en la expresión alquímica «fuego de rota», que como dice Federico «es imprescindible para la transmutación según algunos

alquimistas medioevales». En efecto, ese fuego de rueda está relacionado con el tiempo que la «materia de obra» necesita para su perfección, fuego que es movido a su vez por el fuego
interno o «secreto», el cual obviamente se refiere al fuego arquetípico, el que mora en el centro o principio ígneo que da vida a todo lo manifestado, desde lo más sutil hasta lo más
concreto. Los rosetones de las catedrales góticas se llamaban rota, y estaban asociados con el fuego de rueda, como muy bien podemos comprobar por sus diseños.

8 Señala nuestro autor en este capítulo III: «El arte no es algo ligero, netamente snob o clasista, relacionado con el triunfo en la vida y el éxito. Una actividad para ‘listos’, que por motivos de ciertas facilidades se sobrevaloran sin recordar que, por otra parte, cualquiera tiene estas disposiciones naturales en uno u otro campo, no todos hoy considerados como ‘artísticos’ [en nota: «En la cocina, en la jardinería, en la medicina, en la caza, en los juegos de manos, en el cálculo aritmético, etc.]».


(9) En el Programa Agartha (acápite «El Artista», Módulo II) leemos lo siguiente en relación con esto último: «El proceso de aprendizaje es jerárquico y provee al artista del lenguaje simbólico. Incluye las ciencias y las artes sagradas; se trata de la Alquimia del propio ser y de un verdadero camino de iniciación». 







Comentarios

Entradas populares de este blog

CAPÍTULO II. LA TRADICIÓN PRECOLOMBINA. La América Antigua y el Pensamiento Arcaico (1)

CAPÍTULO II. LA TRADICIÓN PRECOLOMBINA. La Iniciación a lo Sagrado

CAPÍTULO II. LA TRADICIÓN PRECOLOMBINA. La América Antigua y el Pensamiento Arcaico (2)