CAPÍTULO II. LA TRADICIÓN PRECOLOMBINA. Introducción

 K'inich Janaab' Pakal, Hombre de Maíz. Máscara maya de jade. 
Palenque (Chiapas, México).


En el año 1989 Federico González publica Los Símbolos Precolombinos: Cosmogonía, Teogonía, Cultura(1), libro que ha conocido una nueva edición en el 2003 bajo un título ligeramente distinto: El Simbolismo Precolombino: Cosmovisión de las Culturas Arcaicas(2) Este se ha visto enriquecido con numerosos grabados (muchos de ellos extraídos de los distintos Códices que han sobrevivido) que ilustran el texto y comparten con él su didáctica,(3) al tiempo que constituyen por sí solos toda una meditación en el carácter mnemotécnico del símbolo, en este caso precolombino. Precisamente, bajo el mismo criterio didáctico que es propio de nuestro autor están elaboradas las doce páginas del Cuaderno Iconográfico situado entre los capítulos XII y XIII. Todas las citas las hemos tomado de esta nueva edición.

En la cronología de la obra de nuestro autor existe una cierta lógica en el hecho de que el primer libro publicado fuese el de La Rueda, pues como ya dijimos en éste se vierte la síntesis de todo lo que constituyó su enseñanza a lo largo de muchos años y fruto del estudio y vivencia directa de la energía-fuerza del símbolo, es decir de su ritualización e incorporación a la propia cotidianidad, que es una condición indispensable para que las ideas que vehiculan los símbolos se revelen con toda su intensidad a nuestra conciencia y operen su transmutación. «La vida va en serio», ha dicho numerosas veces Federico.

Esos estudios e investigaciones no se ceñirían tan sólo a la simbólica específicamente Hermética y de la Tradición Occidental, sino que abarcarían también a las Tradiciones Precolombinas, y fruto de esto último es precisamente este libro, que debemos considerar como fundamental en la bibliografía de nuestro autor. Naturalmente, el de La Rueda también lo es, como lo son todos y por distintos motivos (pues en realidad su conjunto es el resultado de la unidad intrínseca que los relaciona y entrelaza, como sucede con cualquier sistema ordenado, el cosmos por ejemplo, y bajo esa óptica hay que abordarlos), pero en El Simbolismo Precolombino de alguna manera se expresa la plenitud del pensamiento de nuestro autor(4) sobre la Ciencia Sagrada al estar dicho en él todo lo esencial sobre ella, abriendo al mismo tiempo numerosos ámbitos de trabajo con los símbolos universales, por lo que siempre será una referencia doctrinal importantísima y un modelo permanente de lo que ha de ser una investigación seria y ordenada sobre la Tradición y la Cultura, o sea una verdadera Metafísica de la Historia,(5) y en este sentido, y como ya dijimos en el capítulo anterior, podemos afirmar que este libro es complementario con el de La Ruedatambién lo es con sus obras dedicadas más específicamente a la presencia e influencia de las Ideas en el transcurso del devenir histórico: Hermetismo y Masonería; Las Utopías Renacentistas; Presencia Viva de la Cábala; La Cábala del Renacimiento. Nuevas Aperturas, la cual ha conocido una nueva edición (2013) bajo el título de Presencia Viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana.

Dicho esto, no pasa inadvertido que la primera edición de El Simbolismo Precolombino (1989) se publica prácticamente cuando están a punto de cumplirse los quinientos años del «descubrimiento» de América, lo que conforma un ciclo histórico completo. En este sentido, y en relación con este evento que ha sido crucial en la historia de la humanidad, nuestro autor publica en 1991 en una revista barcelonesa (6) un artículo titulado "Hispano-América"  , que años más tarde aparecerá en el anillo telemático de Symbolos bajo el título «Carta desde Guatemala».(7) Se trata de un reconocimiento a la unidad de dos pueblos, el hispano y el americano indígena, que se encontraron en el siglo XV, reconociéndose ambos, más allá de las diferencias de una u otra índole, en una madre común que no es otra que la Atlántida, la que da nombre al océano que más que separar une ambas tierras, dando lugar a una sola cultura que lleva el nombre de Hispano-América.

Añadiremos que en algunas partes de El Simbolismo Precolombino veremos distintas expresiones de esa unidad cultural. Transcribimos la totalidad de dicha Carta por su interés, donde tampoco faltan algunos apuntes «críticos» que denuncian una incomprensión mutua que sigue persistiendo, la cual, empero, no puede ocultar la evidencia de esa misma unidad.

Dentro de un corto tiempo, concretamente en Octubre de 1992, se cumplirán como todos sabemos cinco siglos del «descubrimiento» de América. Queremos aquí destacar ese hecho y sumarnos a las celebraciones que se efectuarán tanto en el Viejo como en el nuevo Mundo. A los hispanoamericanos no nos separa el Atlántico, sino que este nos une. Para algunos, nuestra madre común, la Atlántida (presente en la raíz TL de los nombres de las ciudades-centros de Tula y Toledo) selló este pacto en el siglo XV con la sangre generosa de los vencedores y vencidos e hizo que sus hijos conciliaran los opuestos de dos tradiciones, de dos mundos aparentemente excluyentes, el cristiano y el indígena, el europeo y el americano que, sin embargo, se han influido mutuamente al punto de complementarse, tan identificados se encuentran el uno con el otro, aún más allá de la inmensa importancia de una lengua, una historia y en muchos casos una sangre común. Y, asimismo, más allá de las susceptibilidades y diferencias de dos tradiciones, la precolombina y la cristiana que al enfrentarse se resolvieron en conquistadores y conquistados, es enorme el sustrato común que se manifiesta en cantidad de hechos y cosas, conscientes e inconscientes, que nos hermanan para siempre y en forma definitiva, tomada debida cuenta, entre muchas otras razones, que en la Historia (de los hombres y los pueblos) nada hay de casual, y que próximos a arribar al fin de un ciclo nos toca un destino obviamente compartido.

Bajo esta luz que hace a la Historia y a la Geografía trascendentes, otorgándoles la categoría de simbólicas sagradas, el descubrimiento de América recupera un sentido significativo y encuentra su verdadero lugar en el mapa mental de españoles y americanos. Los que haciendo caso omiso de las palabras huecas y los discursos que se estilan en estas ocasiones se consideran mutuamente responsables de comprender la magnitud de esta unión, bajo la tutela de un Dios único, un Arquitecto del Universo revelado de todos los pueblos del mundo, y una Tradición Universal y Unánime que se ha manifestado actualmente para América y España bajo una forma común: Hispano-América, lo que no sólo nos obliga solidaria y fraternalmente, sino que, además, nos mueve a actuar conjuntamente en los cauces ordenados del tiempo y el espacio, reuniendo los contrarios que más bien nos unen que separan, en aras de la realización ontológica y metafísica, o sea de la vida verdadera y la identidad, lo cual abonará una vez más los vínculos fraternos y los ideales compartidos.

Esta conmemoración, que prácticamente ya estamos viviendo y se nos ha venido encima en este diluvio de acontecimientos de todos los días, se encuentra también marcada por el ingreso de España en forma definitiva a la Comunidad Europea y por sus tres acontecimientos de carácter local: la Feria Internacional de Sevilla, las Olimpiadas de Barcelona y Madrid como capital cultural de Europa; asimismo se da en el encuadre de la cambiante, inestable y tensa situación económica y política mundial y en el estado de crisis que afecta al orbe entero.

Pero el aluvión de actos oficiales no puede ocultar un cierto malestar por parte de los americanos, que tal vez estén desarrollando un complejo de abandono, en especial entre aquellos países que abrieron sus puertas a los españoles, a veces en momentos difíciles, proporcionándoles un futuro del que se beneficiaron sus descendientes, hoy americanos y muy ligados por innumerables lazos a su «madre patria». Sin embargo hay también que remarcar ciertos movimientos hostiles, que rechazan aun hoy después de cinco centurias la dominación española, particularmente en los países de ascendencia indígena o de mayoría mestiza. En este sentido en la VII reunión de la Conferencia Iberoamericana para el encuentro de dos mundos se ha dicho: «En la conversación del Quinto Centenario, la presencia y la voz de los pueblos indios deben tener la posibilidad de ocupar el papel protagónico que merecen y que con persistencia se les ha negado». A nuestro entender la labor de los actuales indoamericanos no debería ser la «politización» superficial, expresada en pequeñas actitudes aprensivas, sino la inmensa tarea de la unión de los fragmentos vivos de esta tradición, que al arribo de los europeos se mantenían dispersos, lo que por otra parte fue causa determinante de la dominación europea. Y eso sólo podrá lograrse cuando, juntos, indígenas, mestizos y extraños conozcamos los verdaderos valores de nuestras culturas, es decir su cosmogonía y su metafísica, análogas a las del mundo entero, y reconozcamos en ellas la propia identidad arquetípica, y nuestra posibilidad de realización allende las características formales que son las que nos separan, pero las que a su vez nos dan un sello propio y auténtico a los americanos, entre las numerosas tradiciones y civilizaciones.

Los americanos sentimos la obligación de aclarar que el «indigenismo» no necesariamente representa el pensamiento del auténtico indio, que se siente tan alejado de la antigua dominación monárquica española, como de la que ejercen hoy día sobre él las repúblicas hispanoamericanas y sus representantes encaramados aun democráticamente en el poder. Por otro lado el desconocimiento europeo de las culturas tradicionales de los naturales, muertas por su propia mano, fomentado por toda clase de prejuicios vigentes aún hoy día, no hace sino sustentar esa ignorancia justificada por la falta de apreciación de lo que se considera menos. Lo cual hace necesaria la reflexión sobre un tema de debate completamente actual y valioso sobre el que de ninguna manera nadie ha dicho aún la última palabra. (8)


Códice Borbónico. Detalle.

El Simbolismo Precolombino es un «redescubrimiento» de la América indígena y su «conquista» constituye aquí precisamente los valores de sus culturas, en el sentido de conocer lo que éstas fueron verdaderamente antes de la llegada de los españoles, y lo que siguieron siendo una vez se asimilaron mutuamente, como señala explícitamente nuestro autor, que nos muestra el núcleo espiritual de los pueblos indígenas a través de su arte y su ciencia (una muestra de lo cual está en la extraordinaria y sutil complejidad de sus calendarios), o sea de su concepción sagrada del mundo significada en las gestas creadoras de sus dioses y sus héroes civilizadores descritas en los textos revelados, etc., todo lo cual desemboca en una metafísica por la identificación con lo suprahumano y supracósmico.

Títulos como «La Simbología Americana», o «Los Símbolos, los Mitos y los Ritos», «El Centro y el Eje», «El Mundo Precolombino», «Ciertas Peculiaridades en la Visión del Mundo de una Sociedad Arcaica», «La Iniciación», «Cosmogonía y Teogonía», «El Cosmos y la Deidad», «La Dualidad: Energías Descendentes y Ascendentes», «Algunos Símbolos Fundamentales», «Símbolos Numéricos y Geométricos», «El Simbolismo Constructivo», «Plantas y Animales Sagrados», «Arte y Cosmogonía», «Mitología y Popol Vuh», «Los Calendarios Mesoamericanos», etc., de entre los 20 que componen el libro, nos ayudan a conocer y encarar su contenido de una forma más auténtica, sin prejuicios, y en cualquier caso a despertar el interés por conocer la inmensa riqueza de las culturas precolombinas, «equiparables a las más sabias y refinadas del mundo entero».

A todo ello, efectivamente, se nos convoca con esta obra, pues los testimonios y los fragmentos vivos que quedan de esas culturas conservan todavía gracias a los símbolos su energía espiritual, y nuestro autor ha sabido «reunirlos» para conformar una imagen lo más fidedigna posible de la cosmovisión y esencia de esos pueblos. Todo esto está aquí disponible para quien quiera acercarse sin prejuicio de ningún tipo, pues:

lo único que se necesita para realizar una investigación de esta naturaleza es buena voluntad, interés y paciencia, armas con las que se puede conquistar la comprensión de las culturas precolombinas, tanto en su carácter formal o substancial de manifestación, invariablemente rico, admirable y sugerente, como en su realidad, es decir, en su auténtica raíz, en su esencia; lo que es comprenderlas de verdad, o sea, hacer nuestros esos valores, ese conocimiento, que nos legaron. También es comprender una sociedad tradicional e igualmente la mentalidad arcaica, origen de todas las grandes civilizaciones, entre las cuales se destaca la precolombina, a la par de las mayores conocidas que se hayan dado tanto en Occidente como en Oriente. Por otra parte, descubrir su cosmovisión, a veces análoga y a veces exacta a la de otros pueblos es (…) igualmente la prueba de que existe una cosmogonía arquetípica, un modelo del universo cuya estructura manifiesta lo que se ha dado en llamar la Filosofía Perenne… (9).

En realidad, estas palabras constatan la naturaleza didáctica que se desprende de El Simbolismo Precolombino, pues en esta obra extraordinaria(10) los símbolos de las culturas indígenas de América se muestran en comunión con los símbolos, ritos y mitos de la Cosmogonía Perenne, y el resultado no puede ser otro que el alumbramiento de una síntesis totalizadora que nos permita comprender claramente que el trabajo con la Simbólica no tiene límites en cuanto al objeto de su investigación, que no es otro que la Historia Arquetípica y Vertical, o sea el paradigma bajo el cual la Historia humana en toda su complejidad se ha manifestado y que es el núcleo, centro y directriz de la verdadera Cultura, cuyo origen es suprahumano. Los nacidos en esta época de fin de ciclo, o sea de epílogo de una humanidad entera, no habíamos advertido que en realidad somos también herederos de todas las culturas y civilizaciones generadas a lo largo de la Historia y «desde tiempo inmemorial», y nada de ellas nos es por tanto ajeno. Una tradición –viva o muerta– no es patrimonio de un país o grupo. Como forma parte de la Tradición Primordial y Unánime es patrimonio del hombre, de la humanidad. Y esto se encuentra dado por su propio carácter, su universalidad conceptual.(11)


Códice Borbónico. Detalle.

Reconocer esto, en lo que significa de apertura de la conciencia a otros espacios más amplios de ella misma, es un jalón importante en la aventura del Conocimiento. Esta es otra de las enseñanzas que se desprenden de la obra entera de Federico, enseñanzas que, como todas las que tratan de la Ciencia Sagrada, tienen distintos niveles de lectura, pues siempre aparecerán en ellas una idea nueva que no habíamos advertido antes, o que comprendimos a un nivel determinado, y que de repente, gracias a la comprensión del sentido cosmogónico y metafísico del símbolo, se nos mostrarán bañadas bajo una luz diferente, más prístina, revelando nuevos significados y haciendo que nuestra inteligencia se revele un poco más a sí misma, gradualmente, tal cual se vive todo proceso que necesita su tiempo de maduración para ser asimilado de una vez y para siempre.

Un ejemplo de esto que decimos lo tenemos precisamente en El Simbolismo Precolombino (que es también, no hay que olvidarlo pues es una «clave» del mismo, un estudio sobre lo «arcaico» como quedó dicho), en donde en un momento dado se nos dice que si podemos ver con claridad que los símbolos de todas las culturas 

se refieren a una misma y única realidad que esos símbolos describen, y que atestiguan el conocimiento de una cosmo-teogonía universal como soporte de la realización ontológica y metafísica, entenderemos no sólo la unidad arquetípica de las tradiciones y su unánime visión del mundo, sino que este acontecimiento también se convertirá en un instrumento para abolir nuestro condicionamiento histórico y las concepciones mentales que trae aparejadas, convirtiéndose todo el proceso en una auténtica liberación de perspectivas impuestas y prejuicios que se vivirán como relativos, secundarios o equivocados. En el caso de las culturas indígenas el andamiaje de preconceptos, susceptibilidades y fantasías es tan vasto, que derruir esas falsas estructuras interiores y salir de la ignorancia es una verdadera labor intelectual donde el estudio, la meditación y la concentración en el símbolo, las formas tradicionales, la filosofía y la antropología, la física y la metafísica, e igualmente el arte de los antiguos americanos nos servirán de vehículos catárticos de conocimiento. O sea que nos permitirán escapar de nuestras valoraciones tan ligeramente aceptadas y de nuestros condicionamientos a los que tan insensata como funestamente nos aferramos. Y esta labor de comprensión y síntesis preparará el terreno para cimentar un nuevo campo mental, un espacio diferente donde las cosas y la visión que tenemos de ellas y de nosotros mismos sea distinta y se viva como más auténtica y real en el sentido de no concebirlas –o de no concebirnos– como entes aislados del contexto y tan sólo como objetos entre objetos. Sino que optaremos por vivirnos como sujetos del Conocimiento y por ende como partícipes de algo vivo y misterioso, siempre actual –y por lo mismo ahistórico, o transhistórico– susceptible de ser realizado por cada individuo en el secreto de su intimidad. (12) 

Comprender esto es fundamental, viene a decirnos nuestro autor, pues el símbolo ha de llevarnos finalmente (y esa es su función principal) a un estado de virginidad que nos permita recuperar la capacidad de asombro ante el Misterio de la Deidad, del Sí Mismo, que se nos presenta como una realidad absoluta, la realidad de lo sagrado, que estremece por su pureza e inviolabilidad más allá de cualquier especulación mental.

Entendemos que con La Rueda (que es en cierto modo un homenaje a la cultura occidental, es decir a las ideas motrices que desarrollaron la civilización europea desde sus orígenes grecolatinos, herméticos y judeo-cristianos, y que encontraron tres momentos históricos álgidos: Alejandría, el Medioevo y el Renacimiento) y El Simbolismo Precolombino (que es por su parte un homenaje a las culturas indígenas del Nuevo Mundo), nuestro autor ha realizado en sí mismo esa síntesis de que hablábamos anteriormente, y en este sentido no deja de ser interesante recordar de nuevo que tanto la cultura europea como la precolombina forman parte del legado de todos los nacidos en América desde su «descubrimiento» a finales del siglo XV, e inversamente, también de los nacidos en Europa desde esa misma fecha, pues se nos recuerda que el descubrimiento fue mutuo para ambas partes. Las palabras que vienen a continuación son aquí reveladoras de este hecho, que se produce en la interioridad de la conciencia de quien lo vive:

Tanto para los nacidos en Europa como para los americanos, descubrir en estos tiempos que corren que los símbolos y las manifestaciones culturales del Viejo y del Nuevo Mundo se refieren a las mismas realidades y son esencialmente idénticos (pese a que la propia cultura y educación niegan esos símbolos y sus significados y por esa razón esto se desconoce), es un choque emocional e intelectual. La aceptación auténtica de este hecho equivale a un trabajo consigo mismo efectuado en profundidad, que desembocará en la abolición de todo un mundo de imágenes caducas con el consiguiente nacer de nuevas perspectivas de todo tipo. Es igualmente conciliar los opuestos de dos culturas aparentemente contradictorias y asimilar la herencia de ambas en el punto aquel en que ellas no se excluyen sino se complementan.

Y es tal vez encontrar de manera personal el sentido del descubrimiento de América cantado por San Juan de la Cruz como el hallazgo «de una ínsula extraña», tomada por Tomás More como capaz de albergar su Utopía, imagen de un verdadero mundo nuevo, simbólicamente situado en lo que entonces eran las Indias y posteriormente «la tierra firme del mar océano», paraíso mítico directamente vinculado con una nueva posibilidad de ser, lo que es lo mismo que encontrar en lo individual un destino histórico en un mundo significativo.(13)

No puede expresarse de forma más clara la vivencia de la conciliación de dos culturas aparentemente opuestas. Por otro lado, el tema de la Utopía aquí mencionado lo tratará ampliamente nuestro autor años más tarde en Las Utopías Renacentistas. Esoterismo y Símbolo. Como estamos viendo, se trata de una idea constante en su obra, pues en realidad esa «Utopía» no deja de ser una imagen de la Ciudad Celeste, del Colegio Invisible, descrita de muchas maneras en todas las tradiciones de forma unánime y recurrente, ya que es en ella donde está el origen y el destino de todo ser humano, y por supuesto la idea y el desarrollo pleno de la cultura y la civilización tradicional encuentra en esa Ciudad mítica y atemporal su auténtico modelo arquetípico.

Sin duda alguna El Simbolismo Precolombino constituye también una introducción a la Simbólica. Así lo afirma nuestro autor expresamente en el Prefacio del libro, reconociendo que para él el estudio de los símbolos americanos le coadyuvó 

a su conocimiento de los símbolos universales, y porque el conocimiento de estos universales le hizo comprender ciertas ideas acerca del pensamiento y la cosmogonía de los precolombinos.


Relieve de Quetzalcoátl. Xochicalco. México.

Notas 
1 Ed. Obelisco.

2 Ed. Kier.

3 Hablamos del Códice Vindobonensis, Códice Nuttall, Códice Florentino, Códice Tellerianus-Remensis, Códice Borgia, Códice Borbónico, Códice Tudela, Códice Madrid, Códice Vaticano, Códice Durán, Códice Laud, Códice Azcatitlán, Códice Dresde, Códice Quinatzin, Códice Fernández Leal, Códice Fejérváry-Mayer, Códice Selden, Códice Mendoza, Códice Cospi, Códice de Totonicapán, Códice Tonalámatl-Aubin, etc.

4 También hemos de destacar el arte de su escritura, con el que igualmente expresa esa plenitud. Ella no tiene solución de continuidad, es decir no se interrumpe en ningún momento su ritmo narrativo, donde se van entrelazando armónicamente la belleza de la idea con la lucidez y la inteligencia con que ésta se expresa, evidenciando una comprensión total del símbolo, que es precisamente lo que nuestro autor transmite y lo que es apreciado por el lector con una actitud receptiva.

5Abordamos este tema más adelante, concretamente en el primer acápite de este capítulo, titulado «La América Antigua y el Pensamiento Arcaico». Insistimos en ello: esta obra de Federico sobre las culturas y los símbolos precolombinos nos da también las claves para abarcar estudios que incluyen una interpretación esotérica de todas aquellas ciencias que pudieran formar parte más o menos directa de una Metafísica de la Historia, como es el caso de la Arqueología (dentro de la cual incluimos la más reciente Arqueoastronomía), la Antropología, la Etnografía, la Geografía con sus diversas ramificaciones (Cartografía, etc.), las Tradiciones y Religiones Comparadas, etc.

6 Nos referimos a la ya desaparecida "Hora Zutz".

7 Concretamente en la página «Federico González. Alquimia, Metafísica y Tradición Hermética». Y a que hablamos nuevamente del anillo telemático de Symbolos, debemos mencionar, por su estrecha relación con el tema que estamos tratando, la página «AméricaIndígena», que es por cierto una de las más visitadas en dicho anillo, lo que demuestra el interés que continúan despertando las culturas precolombinas y sus pervivencias en la actualidad por diferentes medios.

En el Nº 3 de la revista Symbolos, nuestro autor retoma algunas de estas ideas en un artículo titulado «Persistencia de la identidad indígena». En concreto a la que se refiere a la asimilación de determinados elementos culturales del cristianismo, y la comprensión profunda que mostraron hacia ellos, pero conservando al mismo tiempo su identidad indígena original al mantener vivos a sus dioses ancestrales. Desarrolla varios puntos, pero el que nos interesa ahora más en particular es el siguiente:

«La asimilación por parte de los indígenas americanos de determinados elementos del cristianismo, que ya existían en sus cosmogonías, comenzando por la cruz, y siguiendo por arcángeles, ángeles y santos, como imágenes de sus dioses. Estas asociaciones a su vez son más o menos claras en la actualidad según los lugares y pueblos indígenas, aunque debe destacarse por sobre todo matiz la capacidad autóctona de verdadera comprensión del cristianismo en su aspecto más elevado, el anagógico, mismo del que no eran conscientes todos los misioneros, y la mayor parte de los cristianos de hoy día. Esta síntesis o sincretismo, si se quiere, ha hecho posible, por otra parte, la supervivencia de la antigua tradición, aunque ésta jamás se dejó atrapar por la totalidad de los dogmas religiosos, y ha mantenido siempre hasta la actualidad el culto paralelo de otras teofanías y diversas expresiones soteriológicas, vinculadas con los estados de un Ser Universal –o nombres divinos– perdidos en la visión cristiana contemporánea. De más casi está decir que esta actitud mental y espiritual indígena ha llevado también a rechazar los usos y costumbres del hombre blanco occidental ya que no se corresponden en absoluto con su cosmovisión, donde el macro y el microcosmos juegan papeles y roles precisos y armónicos, totalmente alejados de un valor individual y separado, y mucho menos de exaltación competitiva de lo personal y culto a lo más material, grosero y finito. Aunque se debe hacer la salvedad de que ciertas manifestaciones han subsistido de manera bastante adulterada, tanto en su esencia como en las formas en que se expresan, y algunas particularidades aparecen como no fundamentadas claramente en la cosmovisión indígena Tradicional (análoga a la Cosmogonía Perenne y Unánime, expresada en símbolos y mitos presentes en sus monumentos y códices), sino degradadas, signadas por la superstición –que comparten con mestizos y blancos–, y la ‘brujería’ más elemental.» (El artículo entero puede leerse en la página: americaindigena.com).

9 Capítulo IX, «El Redescubrimiento de América».

10 Como lo es también otra obra igualmente imprescindible en estas labores y de la que El Simbolismo Precolombino es ciertamente complementaria por cuanto que ambas nos ofrecen la majestad de los símbolos sagrados como vehículos del Conocimiento; nos referimos a Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, de René Guénon.

11 Capítulo II, «La Simbología Americana», nota 12.

12 Cap. XVII, «Arte y Cosmogonía».

13 Capítulo XVII, «Arte y Cosmogonía».

Comentarios

  1. "El Simbolismo Precolombino es un «redescubrimiento» de la América indígena y su «conquista» constituye aquí precisamente los valores de sus culturas, en el sentido de conocer lo que éstas fueron verdaderamente antes de la llegada de los españoles, y lo que siguieron siendo una vez se asimilaron mutuamente, como señala explícitamente nuestro autor."

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