Capítulo I. La Rueda como un Símbolo de la Cosmogonía Perenne (4)
EL SÍMBOLO COMO VEHÍCULO DE CONOCIMIENTO
Desde el punto de vista de la enseñanza iniciática, el
símbolo es ante todo un vehículo de autoconocimiento, que va revelando los
estados sutiles de nuestra conciencia (que son los del Ser universal), los
cuales permanecían totalmente potenciales hasta que por la intervención del
símbolo comienzan a expresarse y desarrollarse. Esa función intermediaria, de
mensajero y de comunicador entre la idea arquetípica y el mundo concreto, es
decir entre lo de “arriba” y lo de “abajo”, lo “interior” y lo “exterior”, el
cielo y la tierra, es la razón de ser del símbolo, y también de las leyes de
las analogías y las correspondencias, en las que éste se sustenta. Señala a
este respecto Federico González en el cap. IV de El Simbolismo de la Rueda:
El pensamiento
analógico es mágico, porque las asociaciones y correspondencias que él provoca
nos enseñan a pensar, nos hacen saber de qué se trata el oscuro recuerdo del
conocimiento. Y nos transforman en verdaderos seres inteligentes, al hacernos
partícipes de la naturaleza de nuestra identidad.
Podría concluirse que el símbolo vehicula y es el soporte de
una idea-fuerza, que lo conforma y que actúa a través de él. Precisamente esta
función mediadora lo vincula efectivamente con el papel que el ser humano
ostenta en la creación, pues también el hombre es un intermediario, lo que hace
que nuestra inteligencia y nuestra manera de aprehender el mundo se adecue
perfectamente al lenguaje simbólico. La importancia otorgada al símbolo se debe
a la propia constitución de nuestra naturaleza, pues no siendo ésta puramente
intelectual, o espiritual, necesita de un soporte sensible y concreto para
elevarse a los estados superiores. Los maestros griegos ya decían que el hombre
sólo conoce a través de imágenes, es decir mediante símbolos. Señala a este
respecto Federico en el capítulo I de El Simbolismo de la Rueda:
Gracias al símbolo
nos revelamos a nosotros mismos, pues merced a éste se forma la inteligencia,
se crea nuestro discernimiento y se ordena la conducta. Pudiera decirse que él
es la cristalización de una forma mental, de una idea arquetípica, de una
imagen. Y al mismo tiempo su límite; lo que posibilita el retorno a lo
ilimitado a través del cuerpo simbólico, que permite así las correspondientes
transposiciones analógicas entre un plano de realidad y otro, facultando el
conocimiento del Ser universal en los distintos campos o mundos de su
manifestación. Y a que expresa lo desconocido por su apariencia sensible y
conocida. El símbolo conforma de continuo lo preexistente, establece una
perpetua conexión con nosotros mismos y una vinculación constante con el
cosmos, del que es solidario. El gesto simbólico, o el rito cósmico, es la
permanente posibilidad del reciclaje del ser y de la cadena de los mundos. Es
revelador, siempre da a conocer algo. Tiene también poderes transformadores. En
efecto, a través de él algo abstracto se concreta, e inversamente algo concreto
se abstrae.
No es poca cosa lo que dice nuestro autor en estas últimas
líneas: que a través de la intermediación del símbolo lo abstracto se concreta,
y lo concreto se abstrae (“materializar el espíritu, espiritualizar la
materia”, dicen los alquimistas de todos los tiempos); y también que el símbolo
por su forma sensible y conocida manifiesta lo desconocido. Todo esto nos hace
recordar el siguiente pasaje de Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa
Agartha, y perteneciente al acápite titulado precisamente “La Vía
Simbólica”:
El símbolo es el
intermediario entre dos realidades, una conocida y otra desconocida y
por lo tanto el vehículo en la búsqueda del Ser, a través del Conocimiento.
De allí que los distintos símbolos sagrados de las diferentes tradiciones
–y por cierto también los símbolos naturales– se entretejan y se vinculen
entre sí constituyendo una vía Simbólica para la realización interior, a saber:
para el Conocimiento, o sea el Ser, dada la identidad entre lo que el
hombre es y lo que conoce.
Es eso justamente lo que la Vía Simbólica enseña: el “arte”
de saber entretejer los símbolos sagrados de las diferentes tradiciones –aún
vivas o ya desaparecidas- mediante el conocimiento de las ideas que ellos
vehiculan, y que han de ser análogas entre sí para que pueden precisamente
“entretejerse” y “armonizarse”, es decir “sintetizarse”, revelando a la conciencia
la realidad de un misterio inherente también al cosmos y a la vida. Los
“Antiguos Misterios” se transmitían a través de la síntesis entre símbolos que
mostraban distintas facetas de una misma idea, de un mismo principio o
arquetipo universal, facilitando así su comprensión.
La Vía Simbólica expresada en la obra de Federico González
es un camino donde se conjuga el conocimiento metafísico y una emoción
intelectiva nacida de la revelación que dicho conocimiento genera en nuestra
alma, y que se manifiesta a través del arte, que es cualquier forma de
expresión (que incluye a todas las artesanías) que haya sido hecha como un rito
consciente de participación en la Inteligencia universal. Esa participación es
una “actividad contemplativa” y liberadora que puede llevar al hombre al Conocimiento
a través del desarrollo de todas sus posibilidades latentes mediante la
recreación en sí mismo de la Obra Cosmogónica, pues esta es la manera como la
individualidad humana puede transmutarse y conocer sus estados
supraindividuales. Así, toda forma de arte es simbólica porque en realidad
“imita” el “gesto” del Gran Arquitecto creando el mundo a partir de un “caos”
preexistente, mediante su Verbo o Logos.
Desde esta perspectiva, ¿cómo entonces no va a tener el
símbolo “poderes transformadores”? Por eso mismo su estudio no debe quedarse en
la mera especulación, sino que ha de afrontarse con el ánimo de una conquista,
o sea activamente, y al mismo tiempo con la necesaria receptividad para acoger
esas ideas y principios que constituyen su contenido y que gracias a su
“reconocimiento” pueden cristalizar en nuestra conciencia, regenerándola con su
influjo. Recurrir al símbolo como vehículo de las verdades eternas significa
movilizar todo nuestro ser, todas las facultades del alma, como si se tratara
de una milicia invisible. La voluntad de ser y la memoria –que no en vano es el
nombre de una diosa– desempeñan un papel crucial en el proceso de regeneración
junto con esa energía intangible, pero poderosa, que anida en lo más íntimo de
todo hombre y que nos impulsa a amar el Conocimiento.
LA CREACIÓN DEL ESPACIO CUALITATIVO
Federico González remarca con toda nitidez que sólo asimilando la didáctica del símbolo, que incorpora necesariamente “una poética y una mítica” como señala en otro momento, podremos disponer de una herramienta bien valiosa para saber cuáles son las ideas y estructuras prototípicas que están en el origen y el desarrollo de cualquier hecho manifestado, empezando por el de nuestra propia existencia. Recordaremos que en el capítulo I de Simbolismo y Arte Federico señala lo siguiente en relación con el significado de la palabra símbolo:
El término griego symbolon, se refería a dos
mitades de algo que se juntaban, que coincidían, y conformaban un signo de
reconocimiento; puede apreciarse inmediatamente que estas dos mitades son análogas,
lo que caracteriza a la simbólica, pues nada ni nadie puede expresar o
transmitir algo si no lo hace mediante una correspondencia entre lo que quiere
manifestar y la forma en que lo manifiesta, es decir, el arte con que lo hace.
El símbolo sagrado lo constituyen dos energías análogas que
se unen, como por ejemplo la vertical y la horizontal, conformando la escuadra,
la que al desdoblarse genera la cruz, que constituye la primera estructura de
la rueda ya que divide a ésta en cuatro partes,
y en la cual los
brazos horizontales conforman el campo o plano de manifestación del símbolo, y
los brazos superior e inferior, estarían expresando su energía
ascendente-descendente o benéfica-maléfica, respectivamente.
El símbolo certifica e integra la realidad de lo vertical y
lo horizontal, pero establece también una jerarquía entre la primera con
respecto a la segunda, que no es sino su proyección en un plano, o mundo. Si no
fuera así el símbolo, no podría cumplir esa función intermediaria entre “lo de
abajo y lo de arriba”. En efecto, el símbolo:
constituye un
punto de conexión donde se produce la transición entre dos realidades,
participando de ambas: como sujeto dinámico, o como objeto estático. A
su función intermediaria como sujeto pudiera representársela geométricamente
con la vertical, que se recorre en dos direcciones: ascendente-descendente-
ascendente. Y a su función como objeto estático se la podría ilustrar con la
horizontal, que es un reflejo de la energía vertical en el plano de la realidad
sensible donde ésta se expresa. Y donde también se da su ambivalencia,
generando de esta forma las leyes de la simetría, lo izquierdo y lo derecho en
el cosmos.
En efecto, en el símbolo dos realidades de diferentes planos
se comunican entre sí, participando de ambas, ya sea como sujeto dinámico o
como objeto estático. Como sujeto el símbolo necesariamente es activo en una
dirección axial de doble recorrido ascendente-descendente-ascendente. A su vez,
la función del símbolo como objeto estático, es decir pasivo, se la representa
por la horizontal, que en efecto es la proyección de esa energía vertical en el
plano de reflexión, ya se trate del plano terrestre, o de un estado cualquiera
de manifestación.
Gracias, pues, a su función como eje vertical el símbolo
puede comunicar las ideas más altas, es decir puede comunicar lo simbolizado
por él en el estado determinado que se corresponda con el plano horizontal,
como por ejemplo es nuestro estado humano individual, y simultáneamente
posibilita que partiendo de ese estado nos elevemos hacia los mundos superiores
una vez que hemos desarrollado en nosotros mismos los principios recibidos por
la acción del símbolo, y de su comprensión. (1)
Al mismo tiempo, y como afirma nuestro autor, la proyección
de la vertical en la horizontal crea también las leyes de la simetría, es decir
lo izquierdo y lo derecho en el cosmos, una ambivalencia expresada a través de
dos sentidos o direcciones opuestos en el plano horizontal, equilibrándolos.
Esta polarización
está presente en todo lo signado por el espacio y el tiempo, y se refiere al
pasado y al futuro, a lo pasivo y a lo activo, a la concentración y a la
expansión, a la atracción y a la repulsión, y a toda dualidad complementaria de
opuestos que posibilitan el orden y el equilibrio cósmico, y que el símbolo
testimonia sin hacer exclusiones. La simpatía, o la sintonización de una onda o
vibración rítmica común, hace que dos cosas se correspondan, pues lo similar
atrae lo similar y se une con él. La atracción produce la complementariedad y
la fecundación, la división prohíja la ruptura y la expulsión. Para que dos
cosas se atraigan mutuamente es necesario que haya en una, parte de la otra, y
en ésta algo de aquélla. (2)
Estas situaciones se dan a distintos niveles de profundidad y
planos de relación. Y es necesario que exista afinidad para que la armonía
rítmica se produzca. Asimismo se requiere que la disposición o la forma de los
entes asociados se correspondan para que se dé la conjunción armónica. Esto
quiere decir que estén “diseñados” de tal o cual manera para que el
acoplamiento sea posible; que se hallen invertidos los unos con respecto a los
otros. Tal lo pasivo y lo activo (la copa y el líquido que la colma), lo
cóncavo y lo convexo (la matriz y aquello que se plasma en ella).
En el plano horizontal una fuerza cósmica se expresa
polarizada a través de dos energías, o dos aspectos, que se oponen entre sí,
pues están invertidos el uno con respecto al otro. Sin embargo, esa oposición
los hace al mismo tiempo complementarios, pues procediendo de un principio
común polarizado, en uno de ellos ha de existir efectivamente una parte del
otro, y en éste una parte de aquel, de tal manera que se necesitan mutuamente,
constituyendo esa complementariedad una imagen de la unidad recobrada. Esta
idea está perfectamente descrita en el símbolo extremo-oriental del yin-yang,
donde a su vez se hace manifiesta la presencia de lo cóncavo y lo convexo,
lo pasivo y lo activo, reunidos en un todo.
En todo esto hay una alusión expresa al espacio cualitativo,
que es el propio del símbolo geométrico, al mismo tiempo visual y sonoro. En el
plano corporal y sensitivo ese aspecto cualitativo se percibe a través de las
vibraciones armónicas que se difunden por el espacio visual a través de las
formas concretas, pero también por el espacio sonoro, es decir por la palabra o
cualquier sonido articulado.
Visualización de ondas sonoras
Todo cuanto se manifiesta en el espacio, visual y sonoro, se
genera a partir de dos energías polarizadas que se unen al atraerse entre sí
pues son complementarias, si bien una de ellas ha de ser necesariamente pasiva
y receptiva con respecto a la otra para que se dé la posibilidad del
“encuentro” entre ambas, y por tanto de cualquier creación. El espacio
cualitativo es, pues, y simultáneamente, la caja de resonancia de la Harmonia
Mundi y la fijación de estructuras significativas que la manifiestan en el
orden visible y sensible.
La geometría es literalmente la “medida de la tierra”; pero
en el ámbito de la Vía Simbólica también es la “medida” del alma humana, es
decir la proyección en ella de un orden prototípico como emanación de una
Inteligencia que se revela a través de ese mismo orden.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que la idea o esencia
misma de la vertical (o del “punto central”, ya que éste es el trazo de la
vertical en el plano horizontal de la Rota Mundi), es anunciarnos la
existencia de “otro mundo” o realidad que no está sujeta a las coordenadas
espacio-temporales, que finalmente siempre se refieren a la horizontal como
símbolo de la manifestación. Por lo tanto, la vertical no sólo es un eje de
referencia ordenador en el plano creacional, es decir en el constante flujo y
reflujo de la Rota Mundi, sino que ante todo es la permanente
posibilidad de sustraerse a dicha rueda o estructura en su giro perenne
mediante la identificación con lo que ella significa en su sentido más elevado:
la apertura al conocimiento de los principios universales, de lo supracósmico y
lo metafísico.
Notas
(1) Debemos recordar aquí que el símbolo no es lo
simbolizado, sino el vehículo que lo expresa o sugiere. Lo contrario sería
confundir la imagen con aquello de lo que ella es reflejo. El origen de
cualquier forma de idolatría reside precisamente en esa confusión.
(2) En efecto, que “lo similar atrae a lo similar” es
un principio que rige en todos los aspectos de la vida cósmica y humana, y
además es regenerador por cuanto que permite que en nuestra alma resuenen las
vibraciones de otras realidades semejantes a las que ella alberga en su
interior, y así lo entiende la Alquimia.
(3) “Los diez mil seres son modificados por yin y
yang”, se dice en la tradición extremo-oriental. Para todo esto véase
también el capítulo XXII de El Simbolismo de la Cruz, de René Guénon.
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