LA OBRA DE FEDERICO GONZÁLEZ Simbolismo, Literatura, Metafísica


Federico González Frías



Vídeo de presentación del libro en Zaragoza, octubre 2014



Introducción (Extracto)

Quienes tenemos la gran fortuna de conocer a Federico González y su obra, en nuestro caso desde hace casi cuarenta años, sabemos muy bien que ésta constituye un corpus doctrinal que remite constantemente al mundo de las Ideas y los Principios universales, de los que ha derivado la Ciencia Sagrada o Cosmogonía Perenne presente en todos los pueblos y civilizaciones de la tierra desde tiempo inmemorial. Además, esta obra tiene la virtud añadida de expresar esas Ideas en un lenguaje muy didáctico y por tanto accesible a cualquier persona que, por los motivos que fuere, ha emprendido la búsqueda de su verdadera identidad, intuyendo que será en ellas y en lo que realmente significan donde podrá encontrar todo cuanto necesita saber para hacer efectiva la máxima socrática de «Conócete a ti mismo». 

Esto es muy importante, sobre todo teniendo en cuenta los tiempos de oscurantismo espiritual, e intelectual, que nos ha tocado vivir, donde todo lo que se refiere a estos temas, y por la propia índole metafísica de lo que expresan, requiere justamente de una interpretación previa y de una didáctica que los transmita de forma gradual facilitando así su comprensión para quien realmente desee emprender el camino de su autoconocimiento o realización interior sin más obstáculos previos que aquellos que le imponen sus propias limitaciones y condicionamientos, que son precisamente los que necesita ir superando en el recorrido de dicho camino.

Esa didáctica siempre ha adaptado su forma de comunicar los contenidos de la Ciencia Sagrada a las circunstancias propias de cada momento histórico, evitando que se convierta en un anacronismo, es decir que esté «fuera de su tiempo», restando así fuerza a su mensaje regenerador, y siempre y cuando, naturalmente, dicha adaptación no suponga desvirtuarla, o adulterarla, razón por la cual siempre ha estado en manos de los verdaderos sabios y hombres de Conocimiento, bajo los auspicios del Dios Hermes, el Intérprete Divino. 

Esa didáctica a la que nos referíamos anteriormente, en la obra de Federico González se articula en torno a la Vía Simbólica, que es la manera contemporánea de denominar lo que siempre ha sido el esoterismo en Occidente, dentro del cual la Tradición Hermética ha ocupado y ocupa un lugar verdaderamente central, teniendo en cuenta que en ella confluyen también la síntesis de la Cábala hebrea y posteriormente de la Cábala cristiana, junto a todo el saber vehiculado por la Filosofía emanada de las enseñanzas de Platón y toda su progenie intelectual.  

En este sentido, la Vía Simbólica tal cual se propone y se expresa en la obra de Federico González testimonia la pervivencia de ese pensamiento filosófico, metafísico y hermético, al que, efectivamente, insufla una nueva vitalidad al actualizarlo, y también al vincularlo con otras tradiciones no necesariamente integradas dentro del acervo cultural de Occidente (o más específicamente europeo), pero al que no son totalmente extrañas gracias a la identidad común que existe entre sus símbolos fundamentales; y no nos referimos tan sólo a las grandes tradiciones del Oriente (Hinduismo, Taoísmo y Budismo, e incluso el Islam en su vertiente metafísica), estudiadas en profundidad y desde diferentes enfoques por autores de la talla intelectual de René Guénon, Ananda K. Coomaraswamy, Alan Watts, Walter F. Otto, o Mircea Eliade, sino también a todas aquellas tradiciones y pueblos “arcaicos” que aún subsisten en distintos lugares del planeta, y cuya concepción sagrada de la existencia, conservada a través de sus símbolos, ritos y mitos, ha sido sacada a la luz para beneficio del lector occidental gracias a los estudios realizados desde hace tiempo por toda una pléyade de investigadores sobre estos temas, extensible a los historiadores de las Religiones y Tradiciones Comparadas que no estén contaminados por los prejuicios “academicistas”. 

Muchas de esas tradiciones son vestigios de otras que existieron en todo su esplendor no hace demasiado tiempo, como es el caso de las culturas y civilizaciones precolombinas (fragmentos de las cuales perviven todavía en distintos lugares de América), y que nuestro autor conoce perfectamente al haber penetrado en el significado profundo de su cosmogonía y teogonía, lo cual es evidente no sólo en su libro “El Simbolismo Precolombino”, sino también en otras partes de su obra y artículos escritos en la revista Symbolos y otras publicaciones, tanto europeas como americanas. 

Pues bien, todo ese legado con que se expresa en un determinado segmento histórico y geográfico la Ciencia Sagrada, está sintetizado en la obra de Federico González, y esa síntesis, verdaderamente magistral (y pocas veces esta expresión puede ser invocada de forma tan adecuada), no es otra cosa que el resultado de un conocimiento directo de la Cosmogonía y los principios metafísicos que le dan toda su realidad, fundamentada en los símbolos, ritos y mitos de todas las culturas tradicionales como intermediarios entre el Mundo Inteligible y el mundo sensible, lo que es válido también para expresar las relaciones entre el Espíritu Universal y la individualidad humana, que tan sólo se libera de sus cadenas si guía sus pasos en pos de la Diosa Inteligencia, que es la que constantemente es invocada en la obra de nuestro autor. Ese conocimiento, directamente experimentado, se transmite de una u otra manera a quien se acerca a esa obra sin prejuicios de ningún tipo y deja que las ideas e imágenes arquetípicas que ella despierta se comuniquen y revelen a su conciencia, viviendo así una realidad cada vez más sutil en un proceso personal que incluye necesariamente la vinculación con una vía tradicional, hasta la total identificación con el Sí Mismo, el que mora en lo “más interno de la caverna del corazón”. 

Dentro de las diferentes maneras de abordar el conjunto de su obra escrita, nosotros lo hemos hecho a través de la cronología de su publicación, es decir de la secuencia temporal con que se ha ido revelando su pensamiento, que por lo mismo que está enraizado en los Arquetipos universales, y por tanto siempre presentes, es hoy en día un referente ineludible en los estudios sobre la Filosofía Perenne. Asimismo, hemos querido establecer, dentro de esa cronología, una primera parte dedicada a los libros donde se exponen los símbolos fundamentales de la Cosmogonía (la Rueda, el Arbol de la Vida Sefirótico, las Artes Liberales, etc.). 

Es decir son los libros propiamente doctrinales, donde Federico apela a la didáctica del símbolo para exponer los principios cosmogónicos y metafísicos, los cuales también tienen su proyección en la Historia, conformándola, siendo este precisamente el tema de los libros que abordamos en la segunda parte, en los cuales nuestro autor ha querido destacar a las distintas corrientes esotéricas y los protagonistas principales de las mismas (la genealogía espiritual o «cadena áurea» hermética) cuyas obras han sido la correa de transmisión de la Ciencia Sagrada en cada una de las tradiciones a las que pertenecieron: fundamentalmente la Hermética, la Platónica, la Cábala judía, la Cábala cristiana, e incluso la Masónica. 

Nos consta que nuestro autor, con estos libros que nos hablan de una metafísica de la Historia, ha querido mostrar que las ideas que han nutrido su pensamiento, es decir la recepción en él de la Doctrina, han sido además las protagonistas principales en la constitución de la cultura occidental, lo cual para nosotros, hijos precisamente de Occidente, es una señal inequívoca de que si queremos conocer verdaderamente no sólo el origen temporal de esa cultura sino sobre todo su origen supratemporal, debemos sumergirnos en la comprensión íntima de todo ese legado sapiencial en estos libros plasmado. 

A esas dos partes hemos añadido una tercera dedicada enteramente a su obra literaria, en su vertiente dramatúrgica y novelística, a la que hemos de contemplar como una recreación de ese mismo legado pero considerándolo desde estos dos ámbitos, cuyos orígenes, no hay que olvidarlo, son también sagrados y míticos. En el caso concreto de sus piezas teatrales, hemos de ver en ellas la escenificación psicodramática de la fuerza del rito (del símbolo en acción), o sea que esas ideas tienen el poder de actualizarse siempre, pues el teatro es la propia vida y el actor un oficiante movido por los hilos del Sí Mismo, con el que intenta identificarse constantemente. 

Finalizamos con un capítulo donde hablamos de su último libro escrito hasta el momento de trazar estas líneas; nos referimos a ese verdadero tratado sobre la Tradición Unánime que es el “Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos”. Allí, en la entrada «Iniciación», leemos lo siguiente:  
“La invocación muda y perenne en el atanor del adepto, su entrega al Conocimiento, es una virtud indispensable para su realización intelectual-espiritual, o sea para su iniciación. La metanoia es el proceso interno producto de la iniciación equivalente a la transmutación alquímica”.  

Precisamente, y al hilo de esta cita, una de las enseñanzas que hemos extraído estudiando, meditando y trabajando en la obra de nuestro autor es que se necesita de parte del lector una concentración y una entrega intensa (o sea un amor) al Conocimiento para poder extraer de ella toda su «médula substancial», su quintaesencia, pues siendo una obra construida de acuerdo a ese mismo Conocimiento, o sea de acuerdo a la Gnosis, posee todo lo necesario para promover una reconversión total de la psique (lo que se entiende exactamente por “metanoia”), en el sentido de orientarla en la dirección de trascender su dualidad intrínseca y concebir en nosotros la Unidad del Ser como puerta de acceso a los estados metafísicos e incondicionados. Esa reconversión equivale al “excesus mentis” (es decir la superación de lo mental por la acción de una influencia espiritual) de que hablaban los antiguos filósofos herméticos.





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